Esta columna fue escrita junto a Francisco de la Barrera, investigador del Centro de Desarrollo Urbano Sustentable, CEDEUS.
Las lluvias intensas y nevazones que este invierno ha traído al país, han sido acompañadas de la suspensión del suministro eléctrico. Numerosas familias afectadas y duros cuestionamientos de todos los sectores hacia las empresas responsables del suministro han sido la tónica, especialmente en las últimas semanas. Siguiendo el discurso empleado ante los cortes de suministro de agua, las empresas eléctricas han culpado al evento climático y "a la interrupción de árboles en el tendido eléctrico".
Ante esta declaración surge la natural pregunta de ¿acaso deberíamos eliminar o mutilar excesivamente los árboles de las ciudades para así asegurar la continuidad del servicio eléctrico? Ciertamente no, por al menos tres razones:
Los árboles de las calles, junto con los jardines de las viviendas, los parques y las plazas constituyen una trama interconectada de vegetación que se extiende por toda la ciudad, embelleciendo y dotando de identidad al paisaje urbano, generando espacios para el descanso y la recreación, otorgando sombra y aire fresco en verano, y, por cierto, capturando contaminantes en invierno. Por sus múltiples funciones y consiguientes beneficios, actualmente se les reconoce como una infraestructura urbana, como infraestructura verde. Al igual que otras infraestructuras (eléctrica, sanitaria, comunicaciones), distribuye servicios que son indispensables para el bienestar de la población. Pero mientras unas tienen una función específica, como distribuir electricidad, la infraestructura verde sirve para múltiples funciones, simultáneamente. Otra diferencia es que, dado que la infraestructura verde requiere de cuidados y gastos permanentes por parte de los vecinos y las municipalidades, posee historia en y con la comunidad. Cuanto más viejos son los árboles, son también más valiosos. No es razonable proponer que deben ser talados para evitar posibles conflictos con el tendido eléctrico, porque se estarían talando décadas de cuidados y múltiples beneficios presentes y futuros.
Las redes eléctricas modernas pueden operar en condiciones climáticas muy exigentes. Las lluvias y nevazones, por cierto, muy ocasionales en Santiago, no deben ser un obstáculo para la operación del servicio, tal como lo demuestran las ciudades situadas desde Concepción al sur, y especialmente las ciudades de la Patagonia. Ni hablar de países que, con una tasa de consumo de energía muy superior, son capaces de mantener la continuidad del servicio, en inviernos bastante más crudos. Tecnología y capacidades existen.
Por último, si bien las condiciones climáticas no se pueden manejar, sí se pueden prever y, por lo tanto, se pueden tomar precauciones. Las empresas de suministro eléctrico deben actuar conforme las proyecciones climáticas de mediano plazo. Diversos centros de investigación y universidades han señalado que las lluvias serán cada vez más torrenciales y los eventos extremos (olas de calor o de frío) más frecuentes, exigiendo más del suministro eléctrico. Las empresas deben empezar hoy a preparar las redes para los próximos inviernos.
En las ciudades pueden convivir árboles y redes eléctricas. Tendidos adecuadamente planificados no están exactamente sobre los árboles, y en caso de soterramiento, no están debajo de las raíces de los árboles. Es tiempo de que en la planificación urbana se incorporen los espacios necesarios para ambos, porque son indispensables para el bienestar de la población.
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