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La visión híbrida y alternativa del territorio como espacio de investigación

Por Alfonsina Puppo.

Izq. imagen gracias a instagram @elpuevlo tomada durante la Revuelta Popular de 2019 y Der. autoria de Isidora Valenzuela (2019)


Con el interés de abrir un debate sobre las distintas perspectivas que abordan los conceptos de espacio, territorio, territorialidad y desterritorialización se invita a reflexionar y buscar alternativas que nos interpelen como investigadorxs con/en nuestro quehacer investigativo. El espacio de la investigación y el acercamiento que como observadores tenemos de la realidad se encuentra en constante transformación, imbricación con otras disciplinas y nos desafía al contener una herencia explícitamente colonizadora. Además, el contexto y espacio temporal en el que vivimos se encuentra en un replanteamiento urgente desde las diversas esferas que producen conocimiento. Estamos viviendo un momento “de caos histórico, de crisis estructural, que se manifiesta de formas distintas en distintos países” (Castells, 2010, p. 5).


En el siguiente documento, se mencionan algunas ideas teóricas sobre el concepto de territorio y su relación intrínseca con los conceptos de espacio, lugar y poder. Bajo claves de pensamiento latinoamericano de varios autores, se identifican estos mecanismos de control asociados al modelo de desarrollo que estimuló la actividad extractivista e impactó y levantó la demanda social de diversas localidades y pueblos indígenas. La crisis ambiental y ecológica se vincula con la crisis de legitimidad actual y ante este contexto emerge un nuevo discurso de lucha política ecoterritorial (Svampa, 2019) que se evidencia desde la acción social y colectiva. Ante este escenario, el trabajo académico actual, sobre todo de los y las investigadoras que se enfocan en el territorio como campo de estudio presentan varios desafíos. Acá sólo se esbozan algunos puntos para la discusión: el primero tiene que ver con la construcción epistemológica del concepto de territorio, el que debe ser estudiado desde la co-producción del conocimiento (Beck, 2002; Escobar, 2015), y no desde una mirada deductivista acercándose al campo de estudio para la obtención o entrega de información desde-hacia la comunidad local. Un segundo punto es cómo, a partir del interés de comprender otra forma de construir saberes, el pensamiento informal no académico y su lucha colectiva, pueden ser puntos indicativos para que la investigación científica se abra hacia el debate político desde acciones que van más allá de la producción científica y le otorgue otras condiciones de sentido a la elección de sus campos de investigación.


La visión híbrida del campo de un estudio asociado al territorio


En el campo teórico y aplicado de la investigación actual, el concepto de territorio ha tenido una compleja discusión. La construcción del concepto no sólo indica su condición física, sino que también se construye en relación a múltiples dimensiones: simbólicas, culturales, espaciales y temporales. Diversos enfoques mencionan la importancia de añadir a la discusión el concepto de espacio, constructo relacionado desde el aporte de Lefebvre del espacio habitado (como se cita en López et. al, 2017, p.4) donde es posible identificar la ocurrencia de prácticas cotidianas y percepciones significativas. Distinto es el aporte de otros autores, como Bourdieu que aborda el concepto de espacio como un campo, donde las relaciones de capital social sólo pueden existir “sobre la base de relaciones de intercambio materiales y/o simbólicas” (Bourdieu, 2001, p.149). Los enfoques y disciplinas

que abordan el componente territorial lo hacen en compañía de los elementos culturales, simbólicos, de la experiencia vivida y situada, dimensión que se complejiza en su relación con los factores externos que inciden en el desarrollo económico y la lógica mercantil. Los conflictos sobre la propiedad, los valores y usos del medio ambiente demuestran cómo el concepto del territorio se relaciona con agentes que lo significan y además lo valorizan en términos políticos y económicos. El espacio se constituye de acuerdo a las personas que lo habitan, de acuerdo a sus prácticas cotidianas y construcción de un mundo habitado, y también es disputado desde los agentes externos que lo intervienen, ya sea el aparato estatal o las fuerzas económicas que decidan invertir en él. Ante esta disputa el territorio se encuentra en un proceso de desterritorialización, contexto de pérdida del control y resultado de un conflicto de poder (López, et. al, 2016). El territorio es concebido como es espacio de juego del poder hegemónico y subalterno (Haesbaert, 2016) y también es un elemento institucionalizado a través de las políticas basadas en el desarrollo y el progreso.


En Latinoamérica la incorporación de herramientas de ordenamiento territorial, fueron claro ejemplo de cómo este “ejercicio racional” del espacio físico (Sandoval, 2014) buscaba disminuir las brechas de la pobreza en el tercer mundo y aún sostiene dichos objetivos como metas en la discusión de los Objetivos para el Desarrollo Sostenible (ONU, 2015) bajo una perspectiva del territorio basado en el progreso económico. Sin embargo, en la actualidad el modelo de libre mercado que impera a nivel global refleja una serie de contradicciones en diversos paisajes, dinámicas espaciales y problemáticas asociadas a la desigualdad, los que evidenciamos a través de diversos conflictos socio territoriales. Según estudios que analizan la noción de bienes comunes, el diseño e implementación de las políticas públicas es un proceso de interacción netamente social en relación a los participantes que la gestionan (Eslava, 2017) y cuando se produce su implementación en el territorio, las instituciones instalan acciones que buscan resolver de forma unívoca, la multiplicidad y complejidad de problemáticas que emergen en el territorio (Ostrom, et. al, 2007).


Debemos considerar que la complejidad del concepto (elemento simbólico, cultural, espacial) y su apropiación en el medio físico, no debe olvidar la consideración de aquellas acciones, demandas y reclamos colectivos que nutren los contextos donde se sitúa la disputa. El impacto de las relaciones entre estos componentes, describen prácticas espaciales de control y apropiación, las que abren el debate para reconocer cómo, qué y bajo qué contexto se ejercen los espacios de dominación del territorio (López, et. al, 2016) y quiénes son los actores implicados.


La noción de progreso y desarrollo basado en la visión utilitarista y estandarizada de los territorios de Latinoamérica produjeron un notable empuje de las éticas ambientales que promueven otras formas de valorar el ambiente que nos rodea (Svampa, 2013; Escobar; 2015; Gudynas, 2019). Nuevos movimientos sociales se han desplegado en el continente latinoamericano a propósito de la intervención en el territorio de fuerzas globales de inversión del modelo extractivista. Bajo un lenguaje territorial, ambiental y comunitario, estos procesos híbridos negocian y se adaptan a las medidas de mitigación que ofrece el discurso desarrollista y las políticas institucionales que autorizan estos “emprendimientos”. La negociación de la política neoliberal asociada al desarrollo territorial se convierte en una herramienta poderosa que se construye a partir de prácticas espaciales de control y apropiación, y produce por un lado, el quiebre entre comunidad y territorio -despojo territorial, desterritorialización-, y por el otro, un campo abierto de resignificación del espacio cuando este se encuentra en conflicto -reterritorialización (López, et. al, 2016).


En Chile por ejemplo, podemos observar a través del mapa de conflictos socioambientales del Instituto Nacional de Derechos Humanos (INDH) 117 casos. Las causas tienen relación con el lugar de la exploración o explotación de recursos naturales (60 casos), con el uso/contaminación de recursos naturales (17 casos) y con el manejo de residuos, emisiones e inmisiones de contaminantes (40 casos). Estas problemáticas afectan en un 32% a territorios indígenas y 27 de los conflictos afectan a personas con un nivel de pobreza que se encuentran en el tercer quintil (INDH, 2019). Los sectores productivos que intervienen principalmente en los territorios provienen del sector de la energía (38%) y el sector de la minería (28%). La visibilización de estas problemáticas bajo una mirada híbrida del territorio, implica aclarar un momento histórico, una tensión de poderes y una vinculación de reclamos colectivos, de lo contrario habremos retrocedido en la trampa (Haesbaert, 2016) de producir conocimiento con fines instrumentales para la investigación.


La producción de saberes formales e informales sobre el territorio


Como observadorxs e investigadorxs de diversos conflictos territoriales, debemos considerar que se encuentra en plena discusión el cuestionamiento de las pautas que orientan nuestro diseño onto-epistemológico, el que se encuentra aún vinculado al ejercicio dominante de las ciencias. Reconocemos que existe un deber ético de vinculación con la sociedad para entregar herramientas y soluciones por un mejor vivir, aun cuando dichos conocimientos son parte de la formación de una academia con construcciones universales predominantemente de las escuelas anglosajonas. En la actualidad la academia identifica su rol social, observa el territorio y decide interactuar con las comunidades para obtener información relevante para su estudio, o bien interactúa con lo local cuando percibe atender demandas que identifica como necesidades locales.


Recordemos que el conocimiento científico en la actualidad, ha dejado de invalidar el conocimiento ordinario y que su interés es mejorar el proceso epistemológico y ontológico de la crisis que actualmente vivimos. La ciencia trabaja sobre las contradicciones que se expresan entre territorio y experiencia, pretende corregir las deficiencias de las decisiones humanas con el objetivo de dar explicación sobre los fenómenos que observamos para contribuir al buen vivir. Por lo tanto, no debe extrañar el interés objetivo de la academia en su rol con el componente social. Lo que está en disputa no es su interés en buscar el buen y justo vivir de la sociedad vinculada a su espacio/campo simbólico y cultural, lo que está en tensión es el desarrollo investigativo y la inmersión en el campo, cuando busca dar explicaciones sobre el componente socio territorial, sin dejar espacio a lo emergente, el desorden, lo informal. El territorio desde la lógica académica se construye a través de la problematización y complejidad del objeto estudio, luego va hacia el campo buscando respuestas bajo marcos estandarizados de análisis, como insumo para sus nuevas claves de investigación. Se advierte aún más el romanticismo que existe en la relación academia y comunidad local, como un axioma que no podemos dejar de reconocer, sobre todo cuando los resultados de una investigación sobre un territorio y su comunidad tienen una lectura con fines explicativos y comprensivos que se presentan como novedosas claves de pensamiento sobre lo local.


No obstante, cuando la coyuntura actual nos insinúa que debemos observar con nuevos enfoques, sin dejar de lado la problemática y su esencia inmanente, nos acercamos también a buscar retejer y reparar otras formas de pensar/habitar (Escobar, 2015) como forma de conexión parcial entre mundo académico y el espacio como foco de interés. La noción de naturaleza para la academia se distancia de otras perspectivas, cuando se maneja bajo la clásica dicotomía hombre/naturaleza, pensamiento binario que dista de versiones sobre la tierra y el mundo asociada a valores y cosmovisiones de habitantes que significan territorios.


En Los Andes por ejemplo, existen seres de la naturaleza que cuidan sus territorios, algunos de esos seres son lxs protectores de los animales y las aves. Su función es regular la provisión de alimentos por parte del hombre de las montañas, ya que el protector Coquena es enemigo de los cazadores que depredan los cerros y matan las crías, a los que enloquece y mata por el terror (Pérez De Nucci, 2015). Este dios de las aves y los animales terrestres de la montaña, puede tener diversos nombres según la distinción simbólica del espacio habitado, o bien porque también son relatos que se han resignificado/intervenido, cuestión que merece una discusión plena en otro debate.


En algunos territorios del norte chileno este ser protector (material y a su vez inmaterial) es Coquena, en lugares de Bolivia se llama Lletsay y en Argentina es conocido como Yatsay. Este relato abordado desde el realismo mágico busca instalar un lenguaje común entre humanx y naturaleza, bajo la visión ontológica de una naturaleza viva, una naturaleza que es y está siendo al ser protectora del ganado. Sabidurías como éstas, exceden el ejercicio racional, involucran entramados de humanos y no humanos (Escobar, 2015) apelan a ver lo material y lo inmaterial (seres de la naturaleza), conciben la noción del estar con y en la tierra de forma armónica, bajo una cosmovisión que excede la lógica racional y científica.


La complejidad en la discusión se haya en la emergencia de nuevas formas de concebir y desarrollar el campo investigativo. El desafío es disponer de una metodología coherente a la complejidad de su teoría, de un orden para demostrar el manejo de la disciplina, siempre y cuando respete y valore el proceso informal y emergente que en esencia se nutre desde la complejidad territorial. Desconocer otras lógicas de construcción epistemológicas, es reducir al orden y el control el desarrollo de la investigación y alejarse del actual desafío: abordar el campo de estudio a través del orden y el desorden, para otorgarle consistencia y coherencia a pesar de todo (Escobar, 2015).


La lucha colectiva como punto indicativo


Gran parte de la reflexión del pensamiento crítico latinoamericano desde el Consenso de los Commodities se nutre con las luchas de la época (Svampa, 2013), interacciones entre movimientos sociales y experiencias políticas que se han gestado en el continente y que anuncian la defensa de los bienes comunes, el derecho a la naturaleza y la instalación del discurso del bien vivir (Gudynas, 2019). Desde el lado académico son diversas las organizaciones que buscan alertar a la política pública y sus gobiernos sobre el desastre ecológico. Un caso es por ejemplo la Plataforma Intergubernamental Científico-Política sobre Diversidad Biológica y Servicios de los Ecosistemas, donde advierten que la naturaleza está disminuyendo a nivel mundial a ritmos sin precedentes en la historia de la humanidad, y que la tasa de extinciones de especies se está acelerando (Díaz, et. al, 2019). El interés académico hace explícita la necesidad de regulaciones más estrictas sobre el impacto ambiental que sufren los territorios especulados, identifica el conflicto socio territorial y sus actores en disputa, tomando en la mayoría de las ocasiones una posición neutra en la visibilización del conflicto desde el ámbito político. Por otro lado, la sospecha de que el impacto de los modelos de desarrollo instalados en el continente, son negativos, irreversibles en lo ambiental, en los ecosistemas y que interviene en términos culturales y sociales, abre el debate a la sociedad en términos de decisión colectiva (Svampa, 2016), participando del conocimiento técnico e investigativo que ya no sólo se aborda desde el ámbito intelectual.


Podemos observar lo que sucedió en Chile, a través de la preparación del evento COP 25, Conferencia de las Naciones Unidas sobre Cambio Climático- actividad que no logra desarrollarse en el país debido a la revuelta popular del 18 de octubre- y que provocó a diversas organizaciones sociales, llevar a cabo al mismo tiempo que la programación de la conferencia internacional, la Cumbre Social por la Acción Climática. La sociedad civil al estar ausente de participación de la conferencia internacional, prepara una semana llena de actividades para intercambiar experiencias y conocimientos en temáticas y conflictos socio ambientales, cerrando su actividad con la promulgación del Manifiesto Latinoamericano por el Clima, documento que denuncia la vulneración de la región debido a las políticas extractivistas occidentales, ambiciosas y transformadoras que han dejado ausente las voces de los y las que habitan el planeta, sobre todo a las personas afectadas cotidianamente en sus territorios por las consecuencias de la crisis climática (Manifiesto Latinoamericano por el Clima, 2019). Por su lado, la academia también participa del encuentro y reconoce el deber a caminar juntos y no mirando a las comunidades de arriba hacia abajo (comunicado SCAC, 2019), reconociendo de forma explícita la brecha que persiste en el conocimiento científico en su quehacer investigativo.


Efectivamente la discusión nos avisa que territorio, espacio y lugar son los elementos fundamentales para abordar los conflictos socio territoriales, y que las problemáticas se encuentran en un flujo de mediación y apropiación ante las fuerzas dominantes que persisten en la explotación de la tierra y los movimientos que se resisten o negocian la intervención del espacio simbólico y cultural. Ante este panorama, la relación entre ciencia y práctica debe tener más esfuerzos que el reconocimiento de su práctica deductiva. La aplicación de este modelo en el proceso de producción, sólo apunta al enriquecimiento de un saber orientado (controlado). La ciencia comienza a independizarse cada vez más de la ciencia mediante la ciencia (Beck; 2002) porque ha comenzado a cuestionarse su jerarquía racional.


Diversos proyectos de investigación en el contexto latinoamericano han comenzado a instalar la necesidad de un pensamiento abierto a lo relacional. Arturo Escobar en Colombia por ejemplo, se encuentra desarrollando el proyecto Transiciones (2015) apuntando a la superposición de conocimientos, considerando el activismo como objetivo claro en su análisis. En complemento a esto, la plataforma GECIPE en Argentina, busca a través de un horizonte crítico instalar las claves del pensamiento complejo a través de la interdisciplinariedad, con el objetivo de articular justicia ambiental y social (Presentación plataforma GECIPE, 2020). En Chile, se abren nuevas plataformas para visibilizar conflictos socio territoriales, algunos ejemplos tienen relación con el ámbito ambiental (COES, INDH), otras se acercarán más a un debate interdisciplinario bajo otros contextos, Modelos en Crisis (Núcleo del Milenio, UAI), o que apuntan su interés hacia el análisis del conflicto a través de la performatividad que expresan diversos movimientos sociales (Núcleo Milenio Arte, performatividad y Activismo). Cabe rescatar que no sólo la academia formal ha buscado instalar cuestionamientos que complejicen nuestra visión sobre el territorio, diversas iniciativas de forma autogestionada han querido desarrollar proyectos desde un interés académico, (ONG y fundaciones como Suelo Sustentable, Modatima y la Fundación Sol aunque esta última no bajo un enfoque ambiental, pero sí territorial) bajo un espacio que hace explícita su crítica y urgencia a través de un trabajo que se vincula más con el activismo político. Sin embargo, esta figura orgánica al no estar formalmente expresada desde lo institucional pierde su trayectoria para observar su imbricación en el espacio de lo público. La brecha entre conocimiento académico y activismo político toma cada vez más relevancia al ser un espacio que invita repensar alternativas ante los evidentes retrocesos que observamos día a día.


Cabe preguntarse cuánta producción de los conocimientos que producimos, se encuentran bajo la reproducción de saberes que responden a las lógicas institucionales que vinculan su financiamiento, y cuál es la circulación de los datos obtenidos en investigaciones de esta índole. ¿Pertenecen exclusivamente a revistas de investigación científica o se acercan al campo de saberes de las comunidades estudiadas?


La incertidumbre que nos afecta actualmente es un claro símbolo de urgencia y que se adhiere a la organización colectiva que reivindica diversas demandas para atender a un cambio significativo en los territorios de Latinoamérica. Desde aquella incomodidad, se despliegan varias oportunidades y dimensiones para dar a conocer estas contradicciones en el mundo de la vida y la investigación.


Referencias


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Bourdieu, P. (2001) Poder, derecho y clases sociales. 2da Ed. Madrid: Desclée De Brouwner eds.

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