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Movimientos sociales y crisis de la organización capitalista en latino américa

Por Natalia Galleguillos



El 2019 y 2020 serán recordados como los años en que el capitalismo sucumbió en una crisis mundial, acelerada por la pandemia sanitaria COVID-19. En Latinoamérica, las prioridades son antecedentes desgarradores de esta crisis múltiple, a escala humana y ecológica. Las acciones tomadas en sus países neoliberales, dejan al descubierto una estructura economicista subyacente en su política institucional, su economía y toma de decisiones. Vemos esta situación cómo se agudiza hoy, pero a sabiendas de que, en los últimos cincuenta años, viene amenazando ciclos naturales de la vida, humanidad-naturaleza, a los pueblos urbanos, rurales e indígenas. El caso chileno es un referente sobre el carácter neoliberal de las políticas públicas subsidiarias del Estado, siendo la protección de la economía –bajo el discurso del progreso y el desarrollo- es en desmedro de la vida. El Estado de Catástrofe, las políticas de emergencia basadas en préstamos y deudas, la agenda y proyecto de Ley pro inversión, parte del plan económico COVID-19 y las prácticas en el servicio de evaluación de impacto ambiental (SEIA) como el mantenimiento en discusión del TPP11, afectan derechos sociales, de salud, trabajo, sanitarios y ecológicos. Ninguna de estas medidas, asegura hoy el acceso a condiciones básicas de trabajo y atención en salud, sustento económico, alimenticio y de vivienda para la población más vulnerable, ni protección ambiental a zonas de sacrificio, pueblos indígenas, y naturaleza en su conjunto.

El avance extractivista y mercantilización de bienes básicos y comunes de subsistencia es profundo y ha sido denunciado por años desde los movimientos sociales, y algunos sectores académicos y científicos. La llegada del invierno, la militarización de los territorios y un prolongado toque de queda, amenazan la vida, sancionan con multa y cárcel a quienes “rompan” las cuarentenas selectivas de algunas comunas. Por otra parte, los medios de comunicación no hacen sino invisibilizar los impactos de la pandemia, los colapsos del sistema de salud y militarización de los territorios, particularmente en el Wallmapu, donde el llamado “conflicto mapuche” también pasa por un complejo momento. Así, estos cinco meses, han marcado el camino para este cuestionamiento de fondo, cada vez más concreto y complejo de la organización capitalista de la vida.

La precarización de la vida se entreteje, entre las necesidades y precariedades que sufre la naturaleza y sus habitantes. En el plano humano, sus particularidades de etnia, segregación socio-económica, género, colindan con las condiciones ecológicas para la subsistencia de la vida, en lo rural y en la ciudad. En Chile, el momento histórico y coyuntural que propicia la pandemia evidencia, una agudización de los procesos configurativos sociales, históricos y culturales previos. Iniciado por el colectivo pos dictadura, proliferó con el tiempo un amplio espectro de movimientos sociales, que serán considerados aquí como <<históricos>>. La pregunta que surge al alero de estos problemas, es cómo emprende un camino el cambio de paradigma, ante una crisis de la organización capitalista de la vida. El capitalismo neoliberal imperante en la región es un <<único>> “modelo económico” basado en la explotación de la naturaleza y la vida humana. Ha segregado la vida por funciones, roles y prácticas, que son impuestas según género, etnia, capacidades o habilidades incluyendo a los ecosistemas, con un mismo fin: la acumulación de riquezas y bienes materiales y naturales por empresas privadas y Estados. Las bases de estas desigualdades han significado una violencia que segrega, oprime, despoja, persigue, mutila y asesina, siendo su carácter, androcéntrico, patriarcal, especista, antropocéntrico, es decir, jerarquiza las diferentes formas de vida por sobre lo mercantil. En cuanto a las promesas de la democracia, ¿pueden los principios éticos de persistencia, perseverancia y demandas históricas de los movimientos sociales y sectores populares dar un giro paradigmático ante esta crisis?

Hay un antes y un después de la pandemia. A eso se refiere la coyuntura o crisis. Como pretende recalcar este escrito, los movimientos sociales post dictadura llevan en los últimos 47 años una lucha contra la precarización de la vida y denunciando la violación de los derechos humanos prolongada en el tiempo, en el eco de la transición a la democracia en los 90 una herencia de la dictadura. El llamado “estallido social” de octubre del 2019, surge entonces, de las nulas respuestas a las demandas históricas, entre ellos el encarecimiento específico de los servicios básicos y escaso acceso a derechos sociales como salud, educación, vivienda, medioambiente libre de contaminación. A cuestas de nuestras/os/es mártires asesinadas/es/os y mutilados por el Estado y más de 2.500 presas/es/os políticos, hubo un quiebre en la vida rutinaria del vivir para trabajar o estudiar 45 horas semanales, 6 y 7 días a la semana, pagar deudas de todo sin cuestionar nada. Este hito fue comienzo de un largo camino: aquel de la muerte anunciada de tal modelo económico y político, importado por los “chicago boys” como proyecto internacional político y económico neoliberal impuesto en pleno apogeo de una olvidada “Unidad Popular”.

Las luchas sociales libradas por los sectores oprimidos y marginados en la región latinoamericana, han sido a su vez incesantes y tomado fuerza, con la rebeldía de semillas que crecen en el pavimento. Luchas contra el extractivismo y la privatización del agua y los territorios han trascendido fronteras y se han articulado a medida que se complejiza este panorama. Han iniciado ese camino, el Movimiento por la Defensa del Agua y los Territorios (MAT), de carácter plurinacional, que desde el 2013 ha convocado a la movilización ante el avance extractivista en los territorios y ha motivado entre otras acciones, encuentros nacionales, marchas y estudios o trabajo en común con organizaciones a fin. Uno de ellos fue el 2019, “Cabildos por el Agua” del cual se obtuvo un “decálogo por el agua”. La privatización del agua en el país, ha hecho posicionarse contra la derogación del código de aguas, vendida hoy a las trasnacionales mineras y agroindustria. Demandan por sus impactos, el Movimiento de Defensa del Agua, la Tierra y el Medioambiente (Modatima) del territorio de Petorca el 2010, denunciando como en Quintero o Ventanas, la existencia de “zonas de sacrificio”. A nivel internacional, la demanda por la soberanía alimentaria en 1993, nace contra el hambre, las reformas agrarias, la modificación de las semillas y, en otros términos, por la distribución y regulación del uso de los suelos. Fueron iniciados por el Movimiento Campesino Internacional, Vía Campesina del mismo año, el Movimiento de los trabajadores rurales Sin Tierra articulado en 1984 y Food not bombs.

En la misma época 80 y 90 en Chile, una de las primeras movilizaciones contra la dictadura provino de los sectores estudiantiles en el 85. Posterior a la transición a la democracia, el 2001 surge movimiento estudiantil “el mochilazo”, contra el alza del transporte escolar, misma razón que gatilló el estallido social a nivel nacional el 2019. Años antes, el 2006 proliferaba en el sector estudiantil, el “movimiento pingüino” realizando tomas de establecimientos educacionales, paros generales y marchas multitudinarias. Por primera vez, entre las luchas coyunturales se levantan demandas contra la privatización y calidad del sistema educacional, se denuncian la precariedad material de la educación, su privatización legitimada en la Ley Orgánica Constitucional de Enseñanza (LOCE). Su derogación trajo la Ley General de Educación (LGE), razón por la que en el 2011 resurge una vez más, con una fuerza que se mantuvo intermitente hasta octubre del 2019. Sin mayores respuestas a las demandas base de una -educación gratuita, laica y de calidad-, en marzo del 2020 se producen nuevamente tomas de establecimientos a nivel nacional, esta vez relacionada a las demandas nacionales contra la represión y formas del plebiscito ciudadano para el cambio de la Constitución de la República, que ha legitimado el neoliberalismo en disputa, durante estos 30 años de democracia.

En la actualidad para enfrentar la pandemia, nos han relegado en nuestras casas, en un confinamiento. Sin embargo, las condiciones y accesos para la habitabilidad, son precarias en Chile. En lectura de las crisis actuales, la demanda por los derechos a la vivienda y a la ciudad resultan primordiales, ante la carencia de sus accesos, el hacinamiento, como la falta de espacios habitacionales, incluso públicos. El problema del acceso a la vivienda es su forma subsidiaria, mediante el Ministerio de Vivienda y Urbanismo (MINVU) que resulta excluyente, encarecida, haciéndolo casi inalcanzable. La bandera de lucha el movimiento por la vivienda UKAMAU, desde 1987 y del Movimiento Vida Digna, desde el 2016 a nivel nacional, devela esta imperante deficiencia y carencia para su acceso. La necesidad, como se declara en una entrevista, es que “tras años de precariedad y marginación, la lucha por el derecho a la vivienda, a la construcción de barrio como unidad social (es) indispensable, por el derecho a la ciudad como una necesidad básica y (es) por el derecho inalienable a una vida buena para nuestras familias y para todas las familias del país” (UKAMAU, s.f). Las interrogantes que surgen acerca del rol de las políticas públicas ante la segregación, en la Política Nacional de Desarrollo Urbano (PNDU, 2014) y en la Política Nacional de Desarrollo Rural (2014-2024) quedan inconclusas. Según datos del Informe de la OCDE 2020, en Chile, el 36% de las viviendas pobres gastan el 40% de sus ingresos en costos de vivienda. La falta de medidas económicas directas y suficientes a las familias, preocupa ya que este mismo informe indica que el 53% de éstas, correría el riesgo de caer en la pobreza si tuviera que renunciar a 3 meses de sus ingresos. La conformación autónoma de comités de viviendas y tomas de terrenos, han sido las salidas a estas carencias. Actualmente y según el catastro del MINVU, en Chile hay 802 campamentos al 2018 y 2019, con un total de 47.050 hogares concentradas en las ciudades de Antofagasta (602%), Atacama (316%) y Tarapacá (253%). De estos hogares, un 55% son liderados por mujeres y un 27,4% corresponde a familias migrantes. Las razones más comunes son los altos costos de arriendos (31%) y la necesidad de independencia (o vivir de “allegados”). Sin embargo, esas mismas tomas de terreno, han sido reprimidas y desalojadas en las últimas semanas y antes de la pandemia, ejemplo, caso del desalojo de 48 tomas de terreno en Temuco (Noticia, UATV, febrero 2020).

Desde el movimiento ecológico y feminista de los años 70, se han articulado críticas y pensamientos teóricos y prácticos que han problematizado y visibilizando (desde distintas partes del mundo) el empobrecimiento y precarización de la vida que afecta particularmente a las mujeres y disidencias sexuales. La falta de distribución de derechos sociales inalienables ha ocasionado una suerte de receta: la feminización de la pobreza, de la migración y de los cuidados. En este sentido, en la economía de carácter capitalista las mujeres son empobrecidas, obligadas a migrar para enviar sustentos a sus hogares y tomar el rol de cuidar a sus familias y las de otros. Si migran generalmente a países europeos o norteamericanos, ocasionan cambios demográficos que ha implicado una crisis global de los cuidados (Carrasco, 2011), afectando de distintas maneras a ambos hemisferios. Cuestionando estas realidades, el surgimiento del movimiento feminista internacional, ya conocido como “la cuarta ola feminista”, cala de manera particular en la región. La imperante organización social de los cuidados que identificamos aquí como organización capitalista de la vida, está basada en una división sexual e internacional del trabajo, de carácter reproductivo e impuesto mediante roles de género, trabajo no remunerado y remunerado, los cuales sostienen el trabajo productivo de carácter económico (Federici, 2010). Si usamos la interseccionalidad como herramienta teórica y metodológica para comprender estas relaciones, la precarización de la vida debido al trabajo doméstico, de cuidados e incluso afectivo de las mujeres en el plano humano, se ve afectado también el plano no humano, desde el extractivismo en la naturaleza que no respeta límites ecológicos, acelerando el cambio climático, lo que devela múltiples crisis de esta organización capitalista de la vida.

La situación actual de las familias en Latinoamérica, agudiza a su vez dos opciones: el llamado modelo tradicional de familia, basado en la división sexual del trabajo, denunciada por el feminismo callejero –popular, comunitario, incluso académico- avanza a esta composición de hogares monoparentales o de familias extendidas lideradas por mujeres (Palma, 2018, Chant 1999). En esta lectura, tales fenómenos de carácter internacional, han ocasionado la división sexual al interior de las familias, la feminización de los cuidados, de la pobreza y de la migración, posicionándose como producto de la violencia estructural, basada en dicha opresión de las mujeres y disidencias sexuales. A su vez, el colonialismo aun presente en la región y la acumulación de riquezas, descansa en estas realidades, relacionándose al extractivismo caracterizado por la extracción y exportación de materia prima -energética, agrícola, forestal, pesquera, minera- por parte de empresas trasnacionales, locales o estatales (Gudynas, 2018; 2019, Svampa, 2019).

En este escenario, la priorización de la vida (y/o su postergación) es clara preocupación y requiere ser atendida desde distintos sectores, múltiples formas y herramientas. Los desafíos a la ciencia y a las/les/los científicas/es/os pueden y deben ser útiles para repensar salidas tecnológicas, científicas y económicas para una nueva la organización de la vida ante el capitalismo con todos sus apellidos: neoliberal, verde, cognitivo, extractivista, estructural. Proponemos aquí, el trabajo y apoyo de estos sectores a los movimientos sociales como clave y como parte ética de su labor; de cuidados, ambiental, política, feminista, como indispensable. Un ejemplo, es repensar una CTS feminista, en cuanto a la pregunta por el rol social de la ciencia proveniente de los estudios de Ciencia, Tecnología y Sociedad desde una ontología, metodología y episteme feminista. Aún incipiente en Latinoamérica, se plantean aspectos éticos, problemáticas y desafíos para conservar la biodiversidad de la naturaleza y los pueblos. En tal paradigma, es de vital importancia, la producción social de los conocimientos, sus usos y relevancias a niveles eco-sistémicos, para re pensar procesos de planificación de las ciudades y sus economías, en una cada vez más resonante soberanía alimentaria como base de la reproducción de la vida.

Necesariamente en una relación campo y ciudad, la búsqueda de herramientas para la vida en las ciudades resilientes del futuro, la planificación urbana puede basarse en sus caracteres comunitarios y técnicos, ante los impactos de la actividad antropocéntrica, o del Antropoceno en nuestra época. En fenómenos subyacentes, como la degradación de los suelos, estos efectos, requieren a su vez de prácticas de cuidado y proyectos de remediación (Ureta, 2017), reconociendo el rol que cumplen las comunidades, la ciencia, y la cultura como crucial (Puig de la Bellacasa, 2015). Se podrían permitir construir desde este tipo de reflexiones, acciones basadas en las carenetwork, o redes de cuidados para la reparación de los suelos propuestas por A. Kryzswonska (2019). La relación de estas propuestas, desafíos y herramientas buscarían potenciar la vida en la ciudad y nos hace repensar actividades como la agricultura urbana, el cuidado y gestión comunitaria del agua, suelos y parques, como posibles salidas. Así al menos, de manera autónoma y auto convocada la Asamblea del Bosque administra y auto gestiona, el cuidado y conservación del Parque comunitario Panul en Santiago, donde se busca el fin de su privatización y posiciona la vida del bosque esclerófilo en un lugar indispensable para el habitar en un ecosistema urbano, proyectado en el tiempo.

Con los antecedentes de las luchas sociales libradas y la crisis actual, queda al descubierto la caída –al menos- de una legitimidad de las economías globales y la política institucional gubernamental local. El desencubrimiento del Estado y su formato transnacional que ha puesto a precio a la vida de bosques, minerales, energías y biodiversidad en general (agua, suelos, aire, especies) es a la vez de una lógica industrial y empresarial de devastación y exportación en base de un progreso y un desarrollo infinito que requiere límites ecológicos como dijera Gudynas. La crisis sanitaria, es así una crisis global de los cuidados y de la organización capitalista de la vida, acrecentada con las medidas deficientes como el Ingreso Familiar de Emergencia (IFE), la Ley de Protección del Empleo y el mencionado Plan de reactivación de económica, que no garantizan cuidados necesarios de la población ni siquiera con la única medida recomendada en todos los países: una cuarentena total de todo el territorio. El cambio de paradigma desde aquí, apela desde los movimientos sociales históricos a una justicia social, ambiental, feminista y plurinacional, para el habitar colectivo, contra el extractivismo colonizador de los territorios, naturaleza y pueblos campesinos, indígenas y urbanitas, que apelan a la vida y su sostenimiento colectivo y soberano, partiendo con el respeto de los derechos humanos y de la Naturaleza, la devolución de territorios ancestrales a los pueblos originarios comenzando con el pueblo Mapuche.

A diferencia de las lecturas hechas por economistas en el “mal llamado” primer mundo, el proceso único para Latinoamérica, es de constante cambio, y no puede prescindir de actividades y saberes locales, milenarios de subsistencia y de las demandas de los movimientos sociales históricos. Las crisis múltiples, invitan a repensar necesariamente en una economía popular, solidaria y soñadora caracterizada en necesidades y saberes locales, ya en boga y en curso con la proliferación de formas y prácticas como han sido las ollas comunes y otras formas de abastecimiento como son las redes de abastecimiento en todo el territorio chileno. Las discusiones y prácticas políticas populares, comunitarias, son motores de cambio base para este nuevo mundo que está naciendo. Entonces, ¿cómo se organiza la vida desde lo primordial? Quedan en el tintero del futuro, el apoyo y escucha a las acciones comunitarias y colectivas proliferadas para el cuidado mutuo de vidas humanas y no humanas, el cultivo y obtención de alimentos y la organización autónoma de los territorios en la ciudad y el campo, en una mutua relación. Re-pensar el rol que cumple la ecología, las múltiples ciencias (sociales, naturales, biológicas, de la medicina, ingenieriles, todas), la tecnología a sabiendas de esta historia de crisis, y el Estado, se torna también necesaria para construir en conjunto el nuevo paradigma, sería el cumplimiento de ese cambio de paradigma prometido por la filosofía de la ciencia y, también, por los cambios naturales de ciclos, previsto por antiguas cosmovisiones indígenas.

Referencias

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